
En la granja del Señor Carlos, en verano, todas las patas comienzan a empollar sus huevitos esperando con ansias a sus hermosos patitos bebés. Todos los animales estaban nerviosos por saber cómo serían los patitos de la pata Carlota, la pata más hermosa de la granja. Tenía unas plumas blancas como la nieve, un pico brillante y amarillo como el oro y unos ojos azules como el mar; su esposo, el pato Carlos era el más alto de todos, con plumas lisas y blancas, pico dorado y ojos verdes que enamoraban.
Una mañana, llegó el día tan esperado y los huevitos comenzaron a abrirse uno por uno, todos los patitos eran tiernos y bellos, sobre todo, los de la pata Carlota, eran realmente esplendidos, sin embargo, el último huevo de esta pata tardo en abrirse, pasaron días y días hasta que finalmente se abrió de par en par. Al asomarse todos los animales vieron un pato horroroso: tenía un caparazón marrón, su cabeza era verde y era muy pero muy lento al caminar.

Los animales de la granja murmuraban todo el día acerca de esta desgracia sucedida. La pata Carlota lo único que hacía era llorar por los rincones porque su pobre hijo menor era horroroso. Cada día se notaba cómo este pato feo era diferente a sus hermanos, no sabía nadar como ellos, no comía lombrices y lo peor de todo: tenía patas pequeñitas y ásperas.
Una noche, El señor Carlos, el dueño de la granja, acostumbraba sacar a los patitos al lago a nadar. El patito feo estaba tan triste que decidió no meterse al lago, cuando de repente escuchó los gritos de sus hermanos y se asomó a ver qué ocurría: muchos patitos feos nadaban en el lago y él, asombrado de esto, se metió al lago también y descubrió que esos patitos feos no eran en realidad sus hermanitos, él era un morrocoy y no era feo, solamente era diferente a los patitos. Muy contento se quedó con su verdadera familia en el lago y aprendió que cada animalito y persona es hermoso a su manera, todos somos diferentes y únicos.

Autor: Hans Christian Andersen
Adaptación: Jeraly Briceño (2019)
Origen: danés